La memoria: ¿qué nos quedará?

La memoria: ¿qué nos quedará?

Ahora que parece que estamos llegando al final de la historia, que bien parece sacada de una película de ciencia ficción, me surge una idea: ¿qué nos quedará? Al observar la gente por la ventana, comportándose ya como si nada hubiera pasado, aparte de alguna que otra mascarilla… Me recuerda lo tan imperfecta que es la memoria. En lenguaje común, cuando hablamos de memoria, nos estamos refiriendo a la memoria autobiográfica. Me gustaría compartir aquí algo de conocimiento al respecto, para que entendáis a lo que me refiero. Y espero que con ello os ayude, por lo menos, a reflexionar y a fortalecer vuestros enlaces cerebrales. Ya que la memoria se forma a través de la consolidación de sinapsis y la evocación, en principio es siempre buena.

Hace unos días escribí que la memoria son retazos de nuestra vida, al acabar de leer una investigación sobre cómo almacenamos uno de los cinco tipos de memoria, la llamada memoria episódica. Ésta es la que almacena las historias de nuestra vida. Parece que según esta interesante investigación, separamos la información en diferentes episodios, valiéndonos de claves contextuales y de tiempo, para almacenar los recuerdos. Junto con la memoria perceptiva y la memoria semántica, según Endel Tulving, formarían la cadena de codificación del recuerdo. La memoria perceptiva, localizada en diferentes sitios dependiendo del sentido que percibe, imprimiría casi automáticamente e involuntariamente los estímulos. Por su parte la semántica, en áreas temporales principalmente, le daría sentido y la episódica la encuadraría dentro de un contexto.

Los ‘problemas’ de las memoria

Esto ya nos da una idea de cómo nuestro cerebro está guardando toda la información que nos rodea estos días. El primer gran error de la memoria es que se forma a partir de nuestras experiencias anteriores. Aunque parezca que los diferentes tipos de memoria estén separados, realmente están fuertemente unidos y todo el rato están retroalimentandose, tanto para formarse como para fortalecerse, o para mandar información al olvido. Al ver una imagen, la memoria perceptiva la retendrá para que la memoria semántica le dé significado, pero este significado se forma con nuestras experiencias anteriores. Éste es uno de los motivos por los que nos cuesta recordar lo que paso antes de los 5 años, los recuerdos no están unidos aún a una fecha, a un sitio, a algo con significación semántica. Al principio toda la información es sensorial, con el tiempo la vamos dotando de significación pasándola a la memoria episódica, pero a medida que se repiten experiencias es cuando se produce la semantización de los recuerdos, y “un tren es un tren” y no un autobús o “un perro es un perro”, a pesar de ser un dálmata o un chihuahua. Ya podemos recordar al perro del vecino, que un sábado por la tarde se perdió y estuvimos buscándolo. Antes solo veremos imágenes, olores, emociones… dotándolo de significación semántica nos es más fácil evocar el recuerdo, aunque recurramos a visualizar para rememorar.

El otro segundo gran error para guardar la información de un momento de nuestra vida son los anclajes temporales y contextuales que utilizamos. Muchas veces nos faltan datos; para dar coherencia a la historia y que siga un hilo, nuestro cerebro completará la información, aunque no sea la correcta. Esto suele ocurrir en pacientes con daño cerebral. Éstos recrean los sucesos que realmente no recuerdan con fabulaciones, dando una cierta coherencia a su historia. Gracias a estos casos se empezó a conceder el gran complejo mundo de las diferentes memorias. Un libro muy conocido al respecto es “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” de Sacks Oliver. En éste se habla por ejemplo del Síndrome de Korsakoff. Estas personas son normalmente alcohólicos, a los que la falta de vitamina B1 les ha causado daño cerebral en el circuito de Papez (cuerpos maxilares) impidiendo la activación normal del hipocampo (memoria episódica), imposibilitando la consolidación, lo que impide que puedan formar nuevos recuerdos.

A parte de las memorias ya nombradas, estarían la memoria procedimental y la memoria operativa. Si una persona sufre daño cerebral y se ve afectada su memoria episódica, cuando le preguntes si sabe montar en bicicleta, dirá no o no sé, porque no se acordará del momento en que le enseñaron (a lo mejor ni sabe que es una bicicleta, si se ha visto dañada su memoria semántica). Pero si, cuando le das una bicicleta, monta sin problemas, entonces es que su memoria procedimental está intacta. La memoria procedimental o instrumental se almacena entre otros sitios en el cerebelo y guarda la información de la ejecución motora de una acción y la vuelve automática como montar en bici, conducir o marcar un número de teléfono (¿quién de mi generación no ha ido a marcar en el teléfono para así intentar acordarse del número de algún conocido…?).

La memoria operativa por su parte, por seguir el hilo del número de teléfono, sería la memoria a corto plazo, que nos permite retener un número el tiempo suficiente para anotarlo en un papel. También forma parte de lo que se llaman habilidades ejecutivas, que se encuentran en la áreas prefrontales del cerebro (las últimas en desarrollarse), ya que nos permite sumar varias cifras mentalmente sin olvidarlas, leer sin perder el hilo, planificar acciones… y nos ayuda a tener conciencia del presente y de nosotros mismos. El desarrollo de las habilidades ejecutivas es esencial para un correcto desarrollo, vivir el presente, como aboga el mindfulness, pero no hay que olvidar que los automatismos son avances evolutivos que nos ayudan a ser más eficaces, ahorrando tiempo y energía a nuestro cerebro. De hecho las personas con mejor memoria operativa trasladan antes las habilidades a la memoria procedimental, ósea que son más automáticas a la hora de ejecutar sus acciones.

De esto surge otro gran problema de la memoria: volver automática una acción y olvidar su causa. Como ya he dicho, cuando se repite mucho tiempo una conducta, como lavarse las manos, podemos olvidar la causa de por qué nos lavamos tanto… Volver automáticas toda una serie de nuevas conductas que reproducimos a diario estos días es bueno y eficaz. Pero pararnos un segundo a pensar, utilizar las áreas prefrontales de vez en cuando, nos permitirá recordar por qué lo hacemos y que no pierda su significado.

La memoria emocional

Los que me conocéis y sabéis que una de mis especialidades son las emociones… os estaréis preguntando ¿acaso no va hablar de la memoria emocional? Estaba dejando para el final dos tipos de memoria especialmente importantes para la situación en la que vivimos. Las zonas límbicas que procesan las emociones, transmiten información cuando percibimos un estímulo a la memoria episódica, cargándola de sentido emocional y fijándola más en la memoria que si la situación fuera neutra. Esto hará que recordemos mejor unas cosas que otras y que recordemos diferente un suceso dependiendo de que nos hizo sentir. Lógicamente depende de cada persona y de cómo procese ésta sus emociones, pero en varias investigaciones se ha visto que tendemos a recordar mejor los acontecimientos positivos ligados con nuestra propia imagen; recordamos más todos los detalles y percepciones que lo rodean (olores, sabores, sensaciones). En general, la mayoría de las personas recordamos mejor los estímulos asociados a emociones positivas, como por ejemplo las sonrisas.

Como anécdota propia diré que, después de muchos años, me he dado cuenta que cuando no me acuerdo bien si ya he visto o no una película con anterioridad, o si la vi completa, es porque no me gustó su final. Me ha costado ver numerosas veces películas con malos finales, para darme cuenta que, directamente, por la desilusión que me provoca el final, las olvido. Espero que en esta película, que es parte de mi vida, como es parte de la vuestra, no olvidemos todo lo sucedido por intentar borrar las partes malas que no queremos recordar.

Volviendo por un momento con el Síndrome de Korsakoff, hay una interesante y cruel prueba a la que sometió el médico y psicólogo suizo Edouard Clararedé a una paciente. Ocultó una aguja en su mano y después estrechó la mano de su paciente, recibiendo ésta un pinchazo. Al día siguiente, ella ya no se acordaba de lo sucedido, no consolidó la información de lo ocurrido con la aguja, pero se negaba a estrechar la mano del doctor: había conservado la memoria emocional, el dolor. La memoria emocional no sólo nos ayuda a recordar u olvidar, también ayuda a nuestra identidad y a forjar nuestra personalidad.

Sin tener daños cerebrales, a todos nosotros nos puede pasar esto. Como ya he dicho antes, no se recuerda muy bien lo sucedido antes de los 5 años porque no está bien almacenado en nuestra memoria autobiográfica. Lo malo es que quede un poso emocional, que surja el miedo, la ansiedad, la tristeza… y no recordemos el motivo que la origine porque lo hemos olvidado. Al ser emociones fuertemente unidas a nuestra supervivencia, quedaran, nos avisaran si algo va mal, pero si olvidamos los hechos, los motivos, no sabremos gestionarlas, ni utilizarlas en nuestro beneficio, al igual que los automatismos. Como esta pobre paciente incapaz de darle la mano al doctor Clararedé.

La memoria externa y la importancia de ser críticos

Para acabar quería hablar de la memoria transactiva, que cada vez se está haciendo más grande e importante. Esta no se localiza en ningún lugar del cerebro, porque es externa a nosotros. Antes se reducía a un mero papel, ordenador, agenda y a familiares o amigos. Pero con la llegada de Internet se ha convertido en casi una extensión de nuestro cerebro. Ya son varias las investigaciones que han demostrado que cuando podemos relegar la responsabilidad de acordarnos de algo en otra persona o algún otro medio, no nos tomamos la molestia de recordarlo. ¡De nuevo, otro gran avance de la evolución humana!

Si confiamos que nuestro teléfono nos recordará que tenemos una cita seguramente, a menos que sea muy importante, no gastaremos recursos cerebrales en intentar recordarla. Pero como los automatismos, esto tiene sus desventajas: si pensamos que una información la podemos encontrar fácilmente en un buscador, tampoco nos esforzaremos en recordarla. Lo malo de esto es que formamos la memoria con datos externos, no nuestros, y si no enriquecemos los contenidos con críticas constructivas en base a todo lo que acontece un hecho… ¿quién nos dice que lo que nos queda es lo que realmente sucedió?

Es el caso de un niño que cree saber exactamente lo que pasó en su sexto cumpleaños, sobre cómo se cayó la tarta cuando su primo la tiró al suelo. En su mente puede ver hasta su primo tropezando y tirando la tarta, el olor, las risas, su madre gritando… Lo ha oído tantas veces, que ha hecho los recuerdos suyos. Ya de mayor, alguien le saca de su error: él en realidad no vió nada, pues ni siquiera estaba ahí: había ido al baño cuando todo sucedió…

Párate a pensar, vive el presente, para no olvidar en el mañana. Duerme bien para reforzar la huella mnémica y hacerla resistente a las interferencias. Fíjate que las emociones correspondan con los hechos y que estás no los nublen. Intenta que los estímulos que marquen el principio y fin de esta historia, sean los que den el significado correcto a lo sucedido. Que lo aprendido se vuelva automático pero sin olvidar la razón que lo inició. Que lo malo sirva para construir, para crecer, aunque lo que nos quede en el recuerdo sea sólo lo bueno.


PD. Este artículo fue publicado primero en el Proyecto Crece, iniciativa liderada por El Diario Montañes, con la que colaboro.